Su vida fue breve, pero demasiados artistas deberían envidiarla. Se cumplieron ayer dos décadas de la muerte de George Harrison a los 58 años, devastado por un cáncer de pulmón que no le impidió crear canciones memorables hasta sus últimos momentos.

Harrison fue The Beatles y mucho más. Su carrera como compositor solista es tan prolífica y reconocida como su paso por los cuatro genios de Liverpool, donde era considerado el integrante “serio y callado” del grupo, como evoca la agencia de noticias Télam en su portal digital, en un texto firmado por Hernani Natale.

Él asumía esa condición, como cuando representó a la banda en 1988 por el ingreso al Salón de la Fama del Rock and Roll: “No tengo mucho para decir porque se supone que soy el beatle callado. Es una lástima que Paul McCartney no esté acá porque era el que tenía el discurso en su bolsillo”.

Sus palabras encerraban un humor austero, directo y mordaz para graficar un cuadro de situación, un rasgo que lo acompañó a lo largo de su vida y lo definió como personaje público. Es que en ese momento, McCartney estaba en medio de una disputa judicial con sus excompañeros de ruta.

El músico forjó un perfil musical basado en el buen gusto y la efectividad a la hora de los solos de guitarra que acaparó la atención de un séquito fiel de seguidores que supo vislumbrar y valorar aspectos intrínsecos de su personalidad, evoca Natale. La paciencia y perseverancia que lo ayudaron a convertirse en un apreciado guitarrista y admirado músico, la lucidez y el espíritu crítico que lo mantuvieron al margen de los mandatos de la industria, y el fino y sarcástico humor de una sola y certera frase fueron algunos de los ingredientes que convirtieron a George en una figura adorada por los fans.

Había nacido el 25 de febrero de 1943, en una familia trabajadora; se obsesionó con el rock y con las guitarras eléctricas desde pequeño, y tuvo la suficiente tenacidad para aprender a tocar, a pesar de lo mucho que le costaba. Multiinstrumentista, compositor, cantautor, productor musical y cinematográfico (“La vida Brian” y “Time bandits”, entre otras), actor (hizo cameos en varios filmes), filántropo (fue el impulsor del Concierto por Bangladesh), activista pacifista, ecologista y cantante integran el listado de sus logros que se extendieron aún cuando The Beatles ya no existía: siete de sus 12 Grammy los consiguió cuando la banda se había disuelto, así como seis discos de Oro y dos de Platino.

Esa misma paciencia y el respeto por la profesión fue la que le determinó su evolución a lo largo de su carrera profesional, influenciada fuertemente por la cultura hindú (podía pasar horas meditando y había construido un santuario en su casa, pero no se privaba de los placeres de la vida mundana) y por el maestro del sitar Ravi Shankar. Ese aporte oriental le dio una nueva sonoridad a The Beatles en su etapa final.

La exquisitez de sus composiciones aflora en clásicos como “Don’t bother me”, “Taxman”, “While my guitar gently weeps”, “I need you”, “Something”, “Here comes the sun”, Handle with care” o “Got my mind set on you”, y en muchas otras creaciones. No sorprende que en el libro “Martropía”, de Juan Carlos Diez, Luis Alberto Spinetta se desviva en elogios hacia George, del que entre otras cosas dijo que “es un tipo con una cabeza por la que han pasado las mejores ideas musicales de todos estos tiempos”. “Harrison es cósmico y su fusión con la música hindú es única”, expresó el recordado artista, quien calificó de “mortal” a su toque con slide.

Dos meses antes de su deceso estrenó una nueva canción, “Horse to the water”, grabada en el álbum “Small world, big band” de Jools Holland. Fue el último regalo de un creador inimitable.